LA JUNTA. UN PASEO ESPECTACULAR
Por Andrés Alberto
Amarilla Toril
Cronista Oficial de
Santa Marta de Magasca
En un artículo anterior, titulado “Santa Marta de Magasca: una península-aguijón en medio de
la penillanura”
(https://cronicasdesantamartademagasca.blogspot.com/2021/01/informacion-de-interes-geografico-del.html), hablábamos de la localización del pueblo entre ríos y describíamos cómo eran este tipo de accidentes geográficos en la región.
La confluencia o
“junta” de los ríos Magasca y Tamuja, así como el cauce de ambos, confieren
forma al término municipal marteño, limítrofe aquí con el de Cáceres y Trujillo.
El cauce del Tamuja supone en todo este tramo el límite oriental de la ZEPA
Llanos de Cáceres y Sierra de Fuentes. Este mismo cauce y también el del
Magasca, forman parte de la ZEPA Riveros del Almonte y la Zona de Especial
Conservación (ZEC) Río Almonte, antes declarada como Lugar de Importancia
Comunitaria (LIC).
No hace falta acudir a
este baile de siglas cambiantes y vacías (su declaración queda prácticamente
reducida a colorear algún “mapa de naturaleza” y a engrosar listas de espacios
naturales protegidos que, en la mayoría de los casos, ni están protegidos, ni
son naturales, ni se sabe lo que es o figura, ni lo que allí hay, sea merecedor
de protección o no), para darse cuenta de la calidad ambiental de la zona de la
junta del Magasca y el Tamuja. El encajonamiento de los ríos sobre la penillanura ha dado lugar al
frondoso y agreste paisaje y la abrupta morfología de riberos. En esta zona,
además de Santa Marta, no hay más localidades, por lo que estamos ante un lugar
solitario, donde la naturaleza ha adquirido un punto de pureza difícil de ver
en las zonas más llanas u ocupadas por la actividad antrópica. No siempre fue
así, ya que hasta hace algunas décadas, aunque en menor medida que en otros
lugares, por estos campos no dejaba de haber siempre gente: pastores con sus
ganados, piconeros y carboneros, gente que iba de un campo a otro, guardas,
etc. Entre la gente mayor es muy común escucharles decir eso de que antes en
estos riberos “no había una mata”. El abandono del campo ha permitido desarrollar
una flora que aunque pueda parecer de lugar dejado y de monte poco cuidado (que
así es), se parece un poco más al aspecto que estas tierras tendrían en los
milenios en los que el hombre aún no había comenzado a cambiar el paisaje con sus
actividades. Contemplar los riberos, hoy día, supone hacerse una idea de cómo
sería también el llano, que en aquellas lejanas épocas también gozaría de un
bosque mediterráneo cerrado. Este abandono ha hecho que las copas de las
encinas crezcan frondosamente, que se desarrollen acebuchares en las máximas
pendientes y que aflore un sotobosque de matorral (coscojas, retamas,
tomillares, etc.) y pastizales que hace unas décadas se antojaba imposible
debido al uso intensivo de la leña y la ganadería. Por eso, hay zonas de difícil
acceso en determinadas épocas del año. Los caminos rurales, de herradura y
diversas veredas que antes permitían una comunicación entre los campos, han
desaparecido prácticamente por completo, siendo muy difícil seguir los caminos
que otrora recogieran tantos pasos. Al poco o nulo uso de estas vías de
comunicación hay que sumar la parcelación del terreno, con alambradas,
cancillas candadas, cotos de caza, y cerramientos varios, muchos de ellos con
formas indebidas en caminos públicos.
En el caso de la junta
de nuestros dos ríos, no hubo, al menos en los últimos siglos, un camino claro
que atravesara la zona, siendo el más cercano el camino de Santa Marta a
Monroy, que, aunque en la misma finca, vadeaba el Magasca aguas arriba de la
junta (a 2 kilómetros), en el llamado “Vado de Monroy”. Aguas abajo (a algo más
de 1 kilómetro) de la junta está la “Puente Mocha”, que desde hace varios
siglos salva el Tamuja, ya con el aporte del Magasca, para que los ganados pasaran
por este cordel al que el puente da nombre. Entre el puente y la junta
desemboca otro cauce fluvial importante en la zona: el Regato Regatón, que
recoge las aguas de varias fincas del entorno (Los Arrogatos, La Casita, Las
Matallanas, Lomo de Hierro o Los Moyerros y Serrezuelo). La junta del Magasca y
el Tamuja divide las fincas de La Moheda (Santa Marta), Guadalperalón
(Trujillo) y el Serrezuelo (Cáceres, hoy integrado en Lomo de Hierro).
Riveros en la confluencia del
Tamuja y el Magasca. Estos solitarios parajes disfrutan de un alto grado de
conservación natural y de una belleza singular en la provincia de Cáceres.
Físicamente la junta,
que se sitúa a 235 msnm, provoca la formación de un espigón o aguijón, coronado
por dos cerros: el primero culmina a 326 m la pequeña península que forman los
ríos, y el segundo, más alto, corona a 342 m (más de 100 m de desnivel con el
cauce de la confluencia), abriéndose el terreno desde aquí ganando altura hacia
el núcleo urbano ante la separación de los cauces. El estrechamiento que
presenta la zona del cerro más bajo y próximo a la junta, está provocado por la
formación de un acusado meandro del río Tamuja. Entre ambos cerros se encuentra
una meseta desde la cual hay, lo que al menos yo considero, la panorámica más
bella y espectacular de Santa Marta.
Meseta y cerro más alto desde el
cerro más bajo y por tanto más próximo a la junta.
Apenas hay restos de
ocupación humana en el espigón que queda entre ambos ríos. Su elevada situación
con la protección natural que ofrecen los riberos, podría llevar a pensar en un
posible asentamiento pretérito, como sucede en la cercana confluencia del Tozo
con el Almonte con la Villeta del Azuquén (poblado prerromano e islámico), o
aguas abajo de la junta que tratamos en este artículo, con la desembocadura del
Tamuja en el Almonte, donde se ubicaba un poblado prerromano en el Aguijón de
Pantoja, así como en otros muchos lugares similares de la cuenca del Tajo y del
Almonte. No es el caso, como decimos, en la junta del Tamuja y el Magasca, al
menos, que se pueda ver a simple vista. Igualmente, también en superficie, no
se ven tumbas excavadas en la roca u otros restos como alineaciones de piedras
o tégulas. Tampoco hay restos de ocupaciones más cercanas en el tiempo
relacionadas con las labores agrícolas, tales como chozos, majadas, zahúrdas,
casas pastoriles o edificaciones para el caso. La planimetría y la
documentación antigua tampoco recogen indicios de construcciones ni caminos.
Por ello, lo destacable en esta zona, es el paisaje, la flora, la fauna (este
es sitio de águilas y otras rapaces) la geomorfología y la hidrografía, es
decir, los aspectos naturales. De factura humana solo se puede ver un pequeño
aguardo de caza.
Aguardo de caza.
También
puede verse una curiosa construcción, cuya forma recuerda a un pequeño dolmen sin
terminar. Le llamaremos “el dolmen”, pero en realidad no sabemos de qué se
trata y cuándo pudo hacerse. A unos metros hay restos de pizarras esparcidos
por el suelo de forma artificial. Todo esto se ubica junto a la vereda que
parte del cerro alto y que cruza la meseta y el cerro más bajo, la cual es
fácil seguir, ya que además de marcarse fácilmente, está jalonada de pequeños
majanos de piedra que guían el camino.
Estos
elementos, naturales y antrópicos, pueden verse haciendo una pequeña ruta
senderista desde Santa Marta, aunque necesitaremos permiso, ya que tendremos
que ir en parte por propiedad privada. Partiendo de Santa Marta, cogeremos el
camino que lleva a la finca La Moheda, hasta aquí iremos por camino público.
Una vez que llegamos a la puerta de la finca, tendremos que seguir el camino
que lleva hasta la “Casa de la Corralada”. Es interesante detenerse en este
punto, ya que se puede ver un bonito conjunto de arquitectura popular,
compuesto de una zahúrda o cochiquera para la cría de una piara de cerdos, que
se conserva en buen estado, la casa del porquero (ruinas) y el pozo del que se
abastecían de agua (situado en el arroyo unos metros abajo).
“Casa del porquero” y zahúrdas.
Desde
la Casa del porquero subiremos por el camino hasta pasar una puerta de
alambrada. A partir de aquí tomaremos la vereda que cruza la meseta entre
cerros, en la mitad de esta se encuentra el mirador natural del meandro del
Tamuja, más adelante, ascendiendo hasta el cerro más bajo, está “el dolmen” y
descendiendo este cerro en dirección a la junta está el aguardo, pudiendo ver
cada cierta distancia algunos mojones de piedra que nos servirán para guiarnos,
hasta llegar por el espigón a la misma confluencia de los ríos.
La Junta del Magasca y el Tamuja es uno
de los lugares más destacados de Santa Marta, con uno de los mayores atractivos
paisajísticos y un valor ambiental de los más altos de la Penillanura
Trujillano-cacereña. A pesar de la cercanía a Santa Marta y a Cáceres, es un
lugar solitario, un tanto aislado, desconocido. Es un paseo espectacular, en
plena naturaleza, un lugar ideal para disfrutar de la flora y la fauna
mediterránea, un lugar por descubrir.
Mapa con la ruta a seguir para llegar a la Junta desde el pueblo (6 km). Fuente: Instituto Geográfico Nacional, elaboración propia.
Detalle del mapa con los principales elementos físicos y antrópicos. Fuente: Instituto Geográfico Nacional, elaboración propia.
Valle del Tamuja tras la
confluencia con el Magasca.
“La Junta”. A la izquierda el
Tamuja, a la derecha el Magasca. En el momento de tomar la fotografía, se daba
la curiosidad que las aguas del Tamuja bajaban turbias y las del Magasca
claras.
El río Tamuja aguas abajo desde la
Junta. Como se puede ver, los riberos van siendo más abruptos a medida que el
río obtiene más entidad. Las zonas de más pendientes están ocupadas por
acebuches, apareciendo la encina en los desniveles más suaves y en los altos.
Agradecimientos: para mi padre, Andrés Amarilla Alvarado, no solo por las magníficas fotografías, sino también por la compañía.
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