domingo, 28 de marzo de 2021

La Cueva del Cúcale

LA CUEVA DEL CÚCALE

Andrés Alberto Amarilla Toril

Cronista Oficial de Santa Marta de Magasca


No es esta zona de Santa Marta, enclavada en plena penillanura pizarrosa, tierra propicia para la formación de cuevas, precisamente por la naturaleza de la pizarra. Donde sí es habitual encontrar cuevas es en las zonas de roca caliza, cuya facilidad para ser erosionada por la acción del agua, forma galerías y oquedades de hasta centenares de metros. Incluso es posible encontrar cuevas medianas y pequeñas en otras litologías más cercanas, como en algunos berrocales graníticos o incluso en los farallones cuarcíticos.

En el entorno más cercano a Santa Marta no existen cuevas como tales, ni tan siquiera covachas de pequeño tamaño. Pero aún así todos los marteños han oído hablar de la "Cueva del Cúcale", si bien son muy pocos los que allí han estado. ¿Pero realmente es una cueva? Sí, pero no. No porque por dimensiones no lo es. Pero si nos atenemos a la definición de covacha (cueva pequeña), es esto último, aunque tal vez también sea osado llamarla así. 

Nuestra pequeña covacha no es fácil de encontrar si no se conoce. Se ubica en la base de un enorme escarpe de pizarra vertical situado en la parte más alta de un empinado ribero del río Tamuja (a unos 50 metros del cauce), en una zona próxima a la confluencia con el Magasca, en la orilla izquierda. El río hace de límite entre los términos de Cáceres y Santa Marta, y al estar en la orilla izquierda ya se ubica en el de Cáceres.

Coordenadas y mapa de localización de la Cueva del Cúcale. Fuente: IGN.

Escarpe pizarroso donde se ubica la cueva, desde el río y llegando a la cueva.

La Cueva del Cúcale es uno de esos lugares asentados en el conocimiento popular de los marteños, del que la tradición oral siempre lo comunica de unas generaciones a otras, despertando en muchas ocasiones una idea exagerada de lo que realmente es, en este caso, la cueva, por lo que los mozuelos más intrépidos, a pie o en bicicleta, se aventuraban en su busca en una excursión de las que quedan para el recuerdo. 

La manida leyenda de que una cueva tenía una salida en la parte opuesta de una montaña, una colina o en el pueblo de al lado; también aparece aquí en las leyendas que los más mayores nos han contado. Se dice que hace mucho tiempo era enorme, que un hombre podía entrar a caballo por ella y salir por el otro lado del ribero sin haberse bajado; o que al ser tan grande en algún momento fue refugio de bandoleros, de pastores o de cualquier otro que por allí pasara; y que finalmente un terremoto hizo que se hundiera hasta reducirla a lo que hoy es, una "zorrera" un poco más ancha de lo normal. ¿Acaso el Gran Terremoto de Lisboa, que asoló la capital portuguesa el día de Todos los Santos de 1755, pudo hacer esto? Este terremoto, además de destrozar la catedral de Coria generando muchas víctimas, fue capaz de desviar el cauce del río Alagón a su paso por la ciudad, por eso hoy el puente Viejo o Seco del siglo XVI no salva agua alguna. Así pues, ¿puede ser cierto que este terremoto hundió e hizo desaparecer la Cueva del Cúcale? Con esta rimbombante teoría desde luego nos quedaría una historia bonita, una leyenda de primera. 

No sabemos si en algún momento su tamaño fue mayor, pero lo que sí es cierto es que desde tiempo inmemorial constituye un lugar conocido y atrayente entre los marteños. Y seguramente lo haya sido no por tener unas dimensiones espectaculares, si es que alguna vez las tuvo, sino por la singularidad de una forma que, ni de mayor ni de menor tamaño, se puede ver por estos lares, a lo que hay que sumar la espectacularidad del paisaje que el río Tamuja forma aquí y la soledad y naturaleza de estos apartados parajes.

Para llegar hasta la Cueva del Cúcale desde Santa Marta hay que atravesar la Finca La Moheda, por el camino que lleva hasta La Casa de la Corralada, seguir el camino que lleva casi hasta el río y andar por una estrecha y casi desaparecida vereda que nos lleva hasta el vado que hay junto a la cueva. Desde aquí solo queda subir la empinada y difícil cuesta del ribero. Es fácil llegar hasta ella porque el enorme escarpe de pizarra donde se ubica destaca en el terreno, constituyendo una buena referencia. Sus paredes verticales tienen más de 20 metros de imponente altura. 
Camino que parte de La Casa de la Corralada y llega hasta cerca del río. Escarpe de pizarra donde se ubica la cueva desde la base.

Tras llegar aquí, conviene volver la mirada y deleitarse con el paisaje que el río nos ofrece, con un exuberante y frondoso bosque que ocupa los abruptos riberos. 
Paisaje llegando a la cueva y desde ella.

Un pequeño pasillo encajado en la roca precede a la entrada de la cueva, junto a la cual hay un pequeño murete o monolito de piedras perfectamente colocadas que algún laborioso visitante ha hecho en tiempos recientes y cuya presencia nos indica que estamos en el lugar que buscamos. La pequeña entrada, de poco más de un metro de alta, da a una sola estancia de muy pocos metros cuadrados que solo permite estar sentado o agachado ligeramente en la parte más alta, cabiendo dos o tres personas solamente.
Entrada de la Cueva del Cúcale. Panorámica.

Puede ser un buen refugio en el que pasar una tormenta, pero sus reducidas dimensiones no dan para más. En sus paredes no se observa a simple vista nada artificial. De la cavidad principal salen otras tres pequeñas cavidades o pasillos de pocos centímetros de ancho y profundidad, uno de ellos con una curiosa forma casi cuadrada. 

La cueva se ve que es frecuentada por alguna o algunas zorras (Vulpes vulpes), ya que está llena de excrementos de este animal. También hay un nido de alguna especie de la familia de las golondrinas. No hay otros restos líticos o artificiales ni en el interior ni en el entorno más inmediato.

Lo apartado del lugar hace que la Cueva del Cúcale reciba pocas visitas, aunque tarde o temprano algún marteño llegue hasta ella. Este curioso nombre del "Cúcale" no tiene un origen conocido. Alguna teoría de los más mayores nos cuenta que pudo ser el nombre o apodo de un bandolero que se escondería por estos riberos, quizás en los años del siglo XIX. 

La existencia de esta emblemática covacha debe ser centenaria e incluso milenaria, y a buen seguro que siempre despertó la curiosidad de los habitantes de esta agreste y solitaria zona.


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